Pero no se trata de una cura rápida. En parte, la contradicción se debe a unas condiciones climáticas particulares que mitigaron los efectos dañinos.
Esta vez, el aire fue más cálido de lo normal en la Antártida y ayudó a que no se crearan nubes polares estratosféricas.
Sin ellas, las sustancias químicas, como el cloro y el bromo, no tuvieron soporte para actuar en exceso destruyendo la capa de ozono.
"Las condiciones climáticas sobre la Antártida fueron un poco más débiles y llevaron a temperaturas más cálidas, lo que ralentizó la pérdida de ozono", expresó Paul A. Newman, jefe científico de las ciencias de la Tierra en el Centro de Vuelo Goddard Space de la NASA.
Hace treinta años, el deterioro de la capa de ozono generó una preocupación mundial que culminó en el Protocolo de Montreal de 1987, un acuerdo internacional histórico que contribuyó a que se fueran eliminando el uso de químicos en refrigerantes, latas de aerosoles o aires acondicionados que debilitan la capa.
El ozono protege a la Tierra.
Supone una especie de escudo contra la radiación ultravioleta que produce cáncer de piel y otras enfermedades como cataratas. La concienciación de los ciudadanos unida a la acción de los científicos empujó hacia el objetivo de volver a cerrar el agujero.
Los esfuerzos globales son la otra pata de su recuperación, aunque el camino es lento.
Algunas sustancias, como los clorofluorocarbonos, quedan suspendidas en la atmósfera durante cien años. Se calcula que la capa de ozono no volverá a su forma de los años 80 hasta 2070.
Un recordatorio de que la preocupación no debe acabar a pesar de que celebremos buenas noticias.
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